SOLILOQUIO (Reflexión en voz alta y a solas;Diccionario RAE)
Cuando dos o más personas hablan entre ellos, se llama “diálogo”. Todos tienen la opción de hablar y todos, el deber de escuchar.
Cuando entre dos o varias personas hay comunicación, pero solamente uno de ellos habla, se dice que es un “monólogo”. Todos escuchan y uno habla.
Y cuando una persona habla para sí mismo, sin esperar que le escuchen y sin esperar escuchar, se llama “soliloquio”.
El diálogo es altamente participativo y democrático y por lo tanto, casi siempre enrumba hacia lo indefinido e incierto, hacia la disputa inútil y el choque de egos. Todos hablamos, pero en realidad, nadie o pocos, escuchan. Es propio de las redes sociales contemporáneas, en realidad, una moderna Babel.
El monólogo es propio del autoritarismo, la cátedra y el púlpito. Y siendo autoritario, es el lenguaje preferido del mundo militar y de los sabios. Yo hablo, usted solamente escucha.
El soliloquio, yo diría que es la menos pretenciosa de las formas comunicacionales. Hablar para sí mismo, es la más filosófica de las modalidades de la expresión, pues es el primer paso para poder practicar la máxima inscrita según la tradición de la Grecia antigua, en la entrada del santuario de Delfos: “Conócete a ti mismo y conocerás el universo y a los dioses».
El origen del “Conócete a ti mismo” en Delfos se desconoce; algunos dicen es de Pitágoras, otros que de Heráclito. Algunos, que es de alguno de los Siete Sabios de Grecia, como propone Platón en el Protágoras, considerando esa sentencia como “el principio de la filosofía” (Prot. 434 b), es decir, como la llave del conocimiento de sí mismo antes que el del universo o los dioses. Es claro que nadie puede conocerse a sí mismo sin ese ejercicio de hablarse consigo mismo.
Muchos citan a Sócrates como uno de los primeros en recordar la frase de Delfos, pero a mi juicio, Sócrates la reutilizó con un fin formativo, pero político: Resulta que, en el Alcibíades de Platón, Sócrates conversa con Alcibíades, joven rico y ambicioso que quería dedicarse a la vida política. En la conversación, Sócrates le dice: “querido amigo, hazme caso a mí y a lo que está escrito en Delfos, «conócete a ti mismo», porque nuestros rivales son estos y no los que piensas. A ellos no los podremos vencer si no es a través del cuidado de ti mismo y de la técnica” (Alc. 124 a), etc. Era un fin meramente formativo para el ejercicio de la política.
La reflexión “en voz alta y a solas”, es entonces lo que le da a la sentencia de Delfos un sentido más filosófico y al mismo tiempo, más pragmático. El soliloquio es la única vía por la cual se puede buscar el conocimiento de uno mismo en el sentido del Oráculo de Delfos; es el primer y único mandamiento, incluso antes de los diez mandamientos cristianos, de los cinco preceptos budistas, de los cinco pilares del islamismo o de los 613 preceptos de los mitzvot del judaísmo en la Torá.
El soliloquio, además, es una especie de último o el más fundamental de los recursos y de los discursos cuando el diálogo y el monólogo nos han dispersado y debilitado a todos. Walt Withman también nos lo recuerda cuando dice en uno de sus poemas: No caigas en el peor de los errores: el silencio.
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